De profundis

Resulta sorprendente cómo cuando tenemos poco tiempo libre para nosotros mismos dejamos de escuchar lo que podríamos definir como los dictados de nuestra alma.
En un principio eso no debería ser nada positivo, pero uno se plantea qué es peor, si escucharlos o no, sobre todo cuando descubres pensamientos contradictorios en plena confrontación.

No es ninguna novedad a estas alturas de la vida que me asalte la inquietud de volar lejos, de desaparecer, de empezar una nueva vida lejos de la civilización, donde ser mi propio jefe, donde todas mis acciones sean el reflejo de mi voluntad y donde sólo rendir cuentas a mi propia conciencia. Y sin embargo está ese otro lado que se obstina en acallar esas ideas, ese predominio de la supuesta sensatez, que me dice que el camino hacia una vida plenamente definida y estable está cerca, que haga lo que se supone correcto, que siga formándome y que encuentre un empleo para poder llevar una vida sin sobresaltos...

¿A qué nos lleva todo ésto? Realmente a nada, tan sólo son divagaciones con poco o ningún sentido, pues pocas personas pueden escapar hoy en día de los grilletes de la sociedad, o mejor dicho, pocas tienen el valor de dar el gran paso.

Y uno no puede evitar sentir cierta tristeza al sentirse parte de un todo siguiendo esos caminos preestablecidos y recorridos ya por millones de personas, pero sobre todo por ver morir día tras día ese otro lado oculto de naturaleza indomable, esa audacia y capacidad de soñar propia del alma inocente de un niño.

Ahora sólo toca ver en qué acaba todo