La actualización de hoy es una pequeña curiosidad que pone de manifiesto que en ocasiones la ingeniería y la medicina caminan de la mano.
Ponéos en situación: Nueva York, 3 de enero de 1870. En esa fecha dió comienzo un proyecto ambicioso. 15 millones de dólares de presupuesto para construir el que por aquel entonces iba a ser el puente colgante más largo del mundo, que se encargaría de comunicar Brooklyn con Manhattan. Como ya habréis imaginado, hablo del hoy en día famoso puente de Brooklyn.
Cuando se comenzo a diseñar el puentecito de marras surgió un inconveniente. Pretender que ése fuese el más largo del mundo convertiría a la ciudad en algo más cool si cabe, pero claro, al principio nadie tuvo en cuenta que dadas las dimensiones que tenía no iba a resultar nada fácil hacer que se mantuviese en pié.
El señor John Roebling, diseñador jefe del proyecto, le dejó a su hijo Washington el mando del proyecto tras morir de tétanos sin haber podido ver terminada su gran obra, así que a éste le tocó continuarla y solucionar el problema.
Washington llegó a la conclusión de que con la altura y la longitud del puente era necesario establecer sus cimientos en el fondo del propio East River para que no se viniese abajo, así que se puso manos a la obra y mandó fabricar dos inmensos cajones de madera y hierro de 200 toneladas cada uno, abiertos en un extremo, que serían introducidos en el fondo con dicha abertura hacia abajo.
Esta idea solucionó el problema de hacer que no se derrumbase todo, pero ocasionó otro: Los pobres currelas tenían que bajar hasta el mismo lecho del río para quitar toda la arena de la zona mientras alguien se dedicaba a bombear aire a una presión muy alta para que el agua no inundase la cámara donde bajarían los desafortunados obreros.
Lo "gracioso" es que si de por sí no resulta una idea atractiva que te manden bajar al fondo a quitar arena como un hijo de puta, pronto resultó aún menos apetecible cuando al subir las cámaras a la superficie, mucha gente subía hecha un asco, agonizando y con unas motas de lo más sospechosas en la piel, cuando no muertos y con regueros de sangre a su alrededor.
A lo largo del período de construcción resultaron muertas (que se sepa) 27 personas, además de otras 70 y pico personas que quedaron enfermas para el resto de su vida, que misteriosamente no solía ir más allá de unos meses, y con secuelas muy pero que muy chungas.
Los propios trabajadores que se dedicaban a la construcción le dieron a este fenómeno el nombre de mal del buzo, que seguro que os suena a todos y que luego los médicos llamaron mal de descompresión.
Médicos y físicos comenzaron a investigar las causas y descubrieron que cuando alguien se sumergía a esas profundidades, la presión aumentaba una atmósfera por cada 10 metros de descenso produciendo que el volumen de sus órganos internos disminuyese (especialmente estómago, pulmones, vías respiratorias e intestinos) y al ser el cuerpo humano principalmente líquido, el oxígeno se consumía muy rápidamente mientras el nitrógeno se iba almacenando en el organismo. Luego al ascender de nuevo, disminuiría la presión parcial de estos gases en los pulmones, por lo que el nitrógeno almacenado se diluiría hacia el torrente sanguíneo y posteriormente a los pulmones, donde sería eliminado por el proceso respiratorio.
Lo que producía la enfermedad era un ascenso a la superficie demasiado rápido: Si el descenso de la presión era demasiado brusca, el nitrógeno escaparía desde los tejidos y el sistema circulatorio formando pequeñas burbujas, las cuales aumentarían de volumen de forma inversamente proporcional a la disminución de la presión, provocando secuelas según las personas. Hay dos tipos con distintas secuelas:
Tipo 1
- Dolor en articulaciones y músulos.
- Manchas en la piel
Tipo 2
- Dolor de cabeza.
- Vértigo.
- Vómito.
- Pérdida de vista y oido.
- Visiones.
- Sofoco.
- Sensación de ahogo.
- Dolor de tórax.
- Parálisis.
- Trastornos del habla.
- Convulsiones.
- Muerte.
¿Divertido, verdad? Así no me extraña que ni dios quisiese encargarse de ese trabajo.
Afortunadamente para los que aún estaban allí, la investigación avanzó de manera relativamente rápida y pronto se tomaron medidas:
En primer lugar, algo rudimentario pero que demostró ser efectivo, es que se elavoraron unas tablas en las que se indicaba cuánto tiempo debería durar el ascenso a la superficie para adaptarse a las nuevas condiciones sin sufrir daño y que variaba en función del tiempo que llevase el buzo en el lecho del río.
Al de poco tiempo por fín se creó una solución más sofisticada y aún más fiable: el uso de la cámara hiperbárica, donde se introducía al sujeto en cuestión y allí dentro se le sometía a una recompresión que eliminaba todo resto de burbujas de nitrógeno en su cuerpo.
Además con el tiempo este tipo de cámaras ha resultado ser útil para tratar otro tipo de enfermedades, como desórdenes nerviosos, heridas que no cicatrizan, necrosis...
Y esto es todo hasta después de Burdeos :p
jueves, 30 de abril de 2009
Curiosidades históricas (I)
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
2 comentarios:
interesante endika, pero no nos des ideas, que en Burdeos hay un río bien hermoso!!! XD
hasta mañanaa!! Burdeos nos espera!
¡Mola! Yo esas cosas las aprendí viendo la película del libro de Michael Crichton, "Esfera", pero... de dónde habían salido ni idea, oiga :O
Publicar un comentario